Autor: Jorge Donayre. Música: O. Avilés. Recitado: Luis Álvarez.


Vivan las espumosas olas sobre las que llegó la historia de Dios en totoras y velas desafiantes. El océano largo y submarino, de infinitos, profundos habitantes. El voluptuoso cetáceo, las gaviotas, las algas, el bonito y el humilde guanay que ha digerido millones de libras esterlinas. Este es mi mar, mis islas, mis arenas, mis remos, mis atardeceres y mis redes... ¡Viva el Perú, carajo!
Viva este monumento de piedras levantado sobre cimas de la eternidad, donde el tiempo no se atreve a morir. Viva esta huaca donde anduvo la raza de los viejos abuelos, abuelos a la vez de ocho millones de serranos que quedan allá arriba, prendidos de las cumbres; y aquí abajo, servidumbre barata de las casas de Lima, mozos del mayorista, ebrias, turbias, postergadas gentes de las barriadas, emolienteros, vendedores de frutas, carretilleros, público sudoroso de los coliseos, chimpunes, driles y camisas de mugre.
Este río es peruano, y es su cuna una huraña fuente enclavada en la cumbre que vacía y llena el hechizo del cielo, gota a gota, o en tempestuosas lluvias. Viene en su lecho con limos y polvos minerales, sembrando valles, preñando y alumbrando padre y madre a la vez, la vida del hombre y de las plantas, los animales, las aves y los peces, indios, mariposas, cholos, blancos, negros, leche, rosas... Todo, todo lo siembra el río que bajó desde la nube con fuerza creadora... ¡Viva el Perú, carajo!
Viva esta selva, sembrada por el propio Señor, una fresca mañana cuando pasó el diluvio, el día que sus dedos modelaron su mejor creación sobre el planeta. Aquí la fuerza desata un huracán de lluvias y de orquídeas. Llanuras de verdor cubren la tierra donde se enroscan ríos y serpientes. Vuelan los guacamayos, parlotean los monos trapecistas, mientras río arriba surca una canoa en la que van amándose Carlos Rumiche y su María, seguros de que el río ha de traerles, junto a la cesta de peces, el hijo prometido.
Viva el hombre peruano, a quien no espanta la dura geografía que Dios nos entregó como instrumento. Sobre las conmociones cataclísmicas que agitan los cimientos de los mares y la Tierra, sembramos, desafiando terremotos, nuevas ciudades, nuevas casas; las riegan las lágrimas transidas de las viejas, de los huérfanos niños, de los hombres. Ja, ja, ja... Nosotros somos súbditos del temblor y el terremoto: ¡Viva el Perú, carajo!
También al huayco, a las inundaciones, las sequías, les sabemos sus caras de miseria: sus derrumbes, sus vértigos de sangre. Les conocemos desde viejas edades. Y para todas esas camaradas desdichas, hay un Pedro Quispe y una Juana Flores, que a fuerza de coraje, de sudor, de esperanza, han atrapado un rayo enfurecido entre sus manos y lo han hecho una estera de amor, un duro adobe, ladrillo rojo, una vivienda rústica, una torre, el perfil majestuoso de una iglesia, un pueblo, una ciudad y una costa, o una sierra de continuadas urbes que se levantan y caen sin miedo a nada... ¡Viva el Perú, carajo!
Para Suche Comunero es este canto, este fuerte carajo enternecido. Para sus caminos vecinales y su escuelita de tejas, donde el hijo aprenderá qué es el Perú. Vivan los artesanos, los mineros, los duros labradores que no moran en Lima y han hecho de la Luna un lamparín de esquivo kerosene encendido en el techo de los cielos. Viva el hombre de chuyo que sólo come camote y charqui, y bebe jarros de chicha repletos de tristezas. Viva su poncho rojo, sus cansadas ojotas, su lánguido charango, las ubres de sus cabras, el seno prieto y duro de sus cholas: su leche tibia, llena de amor y vida... ¡Viva el Perú, carajo!
Para Aurelio Celada, caporal de la hacienda costeña, es este canto de carbón y de uva negra como el mejor color de su pellejo. Para el duro trajín que le reclama músculos de andracita, firmes muslos para sus grilletes vencidos, sus leyendas de arcángeles, zambos, guitarristas, marcadores de puntas, centro forward, soldadores de gallos, cinturas de alcatráz y cajoneros... Ja, ja, ja... ¡Viva el Perú, carajo!
Para tirar un carajo por mi patria, le he pedido prestada su cristina de drill a mi hijo Alberto. Y en la hebra de luz de un blanco cabello de mi finada madre, lanzo el sonoro grito que me nace en las venas, con estruendo de vida, clarinada del alba al cielo puro. Para tirar un carajo por mi patria, he levantado en sedición a las palomas, garras de cóndor son ahora sus patas; otrora delicado pistilo hoy convertido en lanza. Este niño que toca una corneta en los desfiles de julio, es Juan Mariño. Es hijo de la estera, del barro y de la caña brava. Es Juan Mariño, hijo de la barriada, sobrino del triciclo, primo del anticucho. Sobre el lomo del cerro tirita fríos, tiene hambre en las manos y en las tripas. Y aunque él sólo es dueño de su uniforme comando, es Juan Mariño: el que toca una corneta en los desfiles de julio. Para tirar un Carajo por mi patria, préstame Juan Mariño la trompeta, tu trompeta de bronce retumbante, quiero lanzarle al mundo un coro de trompetas: ¡Viva el Perú, carajo!
¡Oh, río huraño!. ¡Oh, seca pampa!, ¡Oh, larga costa!, ¡Oh, Huascarán!, Huandoy, nieves eternas. ¡Oh, tranquilo molusco!, cactus, piedra, kenko, Sacsayhuamán, Chavín, piedra de siglos. ¡Oh, poncho!, lampa, flecha, quena, choclo, nube, gaviota, prestadme vuestras voces de siglos para inundar de amor todo el paisaje... ¡Viva el Perú, carajo!
Amo esta dura arcilla, amo este crisantemo y sigo enamorado del olor del romero. Porque estas cosas viejas, conciertos de canarios, cuadernos de dibujo, helechos y retratos esfumados, no conduelen mi vida, sino al contrario, alientan las sudadas camisas de mi paso. Y en la beligerancia de todas las batallas, afirmas este grito: ¡Viva el Perú, carajo! ¡Viva el Perú!, mi patria. Y sobre todo, este rectángulo que es mi única propiedad sobre la tierra, donde los huesos de mi madre dicen aún sus rezos preferidos, sus preocupaciones.
¡Viva el Perú!, mi patria, la de mi hijo, de mis amigos buenos, la mujer que me ama, mi provincia, mi derruida casa. Y cuando los diarios digan: el Perú perdió en fútbol, el Perú país pobre, vino otro terremoto, se secaron los ríos, se enlodan los políticos, bajó el sol, se perdió la cosecha... Repicaremos desde el fondo de los huesos, el grito poderoso de los hombres de esta tierra, cargada de coraje y de optimismo para decir, como si arrojáramos balas:
¡Viva el Perú, carajo!
¡Viva el Perú, carajo!
¡Viva el Perú, carajo!
¡Viva el Perú, carajo!
¡Viva el Perú, caraaaaaaaaaaaajoooooooooooo!